En el año 800, Carlomagno soñó con un territorio unido bajo su corona llamado Europa. Poco después, en el año 813, aparecía en el extremo más occidental del mundo entonces conocido, el cuerpo de Santiago Apóstol.

A mediados del Siglo IX la peregrinación a Compostela comienza a hacerse visible alcanzando su culmen en los Siglos XII y XIII. Entonces los peregrinos se cuentan ya por cientos de miles. La mezcla de gentes alcanzó cotas extraordinarias. Ello abrió los ojos de los siervos y de los Señores.
Ante los ojos de los siervos apareció un universo de información. Los peregrinos, venidos los más de ellos de Centroeuropa, enseñaron a los pobladores del Camino, sus costumbres, sus ideas, sus ropas, su idioma, su arte, sus canciones y, a su vez, éstos se enriquecieron con las enseñanzas de las gentes del Camino y las llevaron a sus territorios de origen. El Camino de Santiago fue “El Erasmus de la Edad Media”.
Por su parte, los Señores, civiles y eclesiásticos, vieron en este vigoroso torrente una oportunidad espiritual y material. El común interés les llevó a aunar sus fuerzas en un empeño protector del peregrino que dio lugar a grandes acontecimientos:
Para regular las situaciones provocadas por los peregrinos se tomaron como modelo las viejas soluciones dadas por el Derecho Romano a la figura de los Mercaderes, que como aquéllos, van de paso, aunque con distinta intención. Así las opiniones de los venerables Jurisconsultos (Paulo, Ulpiano, etc…) plasmadas más tarde en normas admitidas por el Pretor, fueron recibidas y adaptadas, dando lugar en plena Edad Media a la recepción y reutilización de una parte del Derecho Romano. Ello tuvo un efecto añadido. Dado que el fenómeno de la peregrinación era transfronterizo, los distintos Reyes y Señores de los territorios, pactaron acatar y respetar estas normas, surgiendo así un derecho común europeo, en torno al cual cuajará el germen del también incipiente Derecho Internacional.
Puede decirse, en base a lo anteriormente expuesto que “Europa se hizo caminando” y “Europa se hizo protegiendo al caminante”. Todo bajo la estela de una fuerza fondo; la fe, la espiritualidad, el humanismo que lleva, no sólo a respetar al extraño, sino incluso a prestarle ayuda y compartir con él las ideas y los bienes. Cuando estos ideales cuajan en un conjunto normativo, asistimos a la manifestación de uno de los hitos de la historia del alumbramiento de los Derechos Humanos. Este es el genuino espíritu europeo.
Pero la Historia oscila como un péndulo, de extremo a extremo, y a aquellos siglos sucedieron otros. Durante los siglos XVI y XVII Europa fue asolada por las “Guerras de Religión” (Tensión Norte-Sur, Reforma-Contrarreforma). A su finalización, como quien huye de la peste, Europa arrojó lejos de sí aquello que la tiñó de sangre.
Así, a la ola de religiosidad sucederá un periodo de laicismo, pragmatismo y racionalismo. (Siglos XVIII y XIX). Europa se hizo científica y productiva. Codificó el Derecho en provecho de unos pocos. Condenó a la miseria material y espiritual a sus pobladores a quienes fue confinando en los suburbios de las incipientes ciudades industriales, situación denunciada por el Papa León XIII en su célebre encíclica “Rerum Novarum” (1891).
La miseria y el afán irrefrenable de poder provocaron en la primera mitad del Siglo XX dos guerras mundiales. La extrema conmoción producida a su fin, dio lugar a un breve periodo de reflexión.
Se intentó retomar la idea de Europa, el viejo sueño de Carlomagno, pero solo sobre bases económicas, prescindiendo de lo más genuino, el espíritu que se forjó en torno al Camino. Y se hizo una Europa sin alma, vinculada solo a intereses económicos. En este terreno, Europa era solo un jugador más de la partida, ni siquiera el más hábil ni el más poderoso.
No es de extrañar que, andando el tiempo, Europa haya llegado a convertirse en una descomunal maquinaria burocrática donde medran los lobbies y cuyos principales conceptos son “productividad, competitividad, prima de riesgo, balanza fiscal, etc….”
Hay que recuperar a Europa partiendo de lo mejor del pasado y de lo mejor del presente. No se trata de volver al Medievo, sino de adaptar los viejos ideales a las nuevas circunstancias. El Papa Juan Pablo II en su célebre discurso europeísta, pronunciado el día 9 de Noviembre de 1982 en Santiago de Compostela, exhortaba a recuperar las raíces de Europa, a redescubrir sus orígenes, a revivir los valores que la hicieron grande.
Europa tendrá futuro si recupera su pasado y lo adapta a los nuevos tiempos, conservando en un caso e incorporando en otro, lo mejor de cada época. Si no es así Europa no será nada y se disolverá como un azucarillo en medio de las tensiones generadas por los nacionalismos rampantes. Los rasgos que se aprecian en el “nuevo Camino” pueden indicar el camino a la “Nueva Europa”.
1.- En el Camino hay espiritualidad como concepto genérico que permite superar las diferencias particulares de las religiones. La realidad actual del Camino me evoca los versos de Ibn al Arabi:
“Mi corazón se ha hecho capaz de revestir todas las formas; es pradera para la gacelas y convento para el cristiano templo para los ídolos y peregrino hacia la Kaaba. Mi religión es la del amor, dondequiera que se encamine la caravana del amor allí van mi corazón y mi fe”.
2.- En el Camino hay pluralidad. Hoy el Camino es masculino, femenino y multirracial. El Camino no excluye a nadie
3.- En el Camino hay respeto a la tierra y medio ambiente
4.- En el Camino hay austeridad: Vivir con menos o incluso vivir con poco.
5.- En el Camino hay cooperación frente a competitividad
6.- En el Camino hay solidaridad con el vulnerable
7.- En el Camino hay humanismo y equidad
La nueva Europa, la Europa regenerada debería sumar a estos valores:
- Una verdadera democracia, donde la política recuperase el poder arrebatado por los emporios económicos, que actúan como fuerzas ciegas, amorales e insaciables buscando su exclusivo provecho.
- Un Derecho al servicio de la Justicia, del Bien Común y de los anhelos de los ciudadanos, especialmente de las minorías y colectivos menos favorecidos.
