Navarra & Aragón

NAVARRA
A mediados del mes de Octubre, una tarde de sol tibio, llegué a Roncesvalles. Me alojé en la Colegiata de Santamaría donde oí vísperas. Los monjes se afanaban en atender al puñado de peregrinos que ocupábamos la hospedería. Me acosté pronto y madrugué mucho pues bullía en mí el deseo de continuar la marcha. Acompañé a los monjes en el rezo de maitines y, al terminar, los que nos disponíamos a partir nos arremolinamos emocionados en torno al Abad quien nos habló con palabras muy encendidas y derramó solemnemente sobre nosotros la Bendición del Peregrino. Aún resuenan en mis oídos sus palabras:
¡Id y rogad por nosotros ante nuestro Señor Santiago!


Mientras los monjes se dispersaban como sombras en busca de sus ocupaciones tomé en solitario la senda que conducía a Mezkirizt. La mañana amaneció clara. A lo lejos la niebla se disipaba monte arriba hasta desaparecer por Ibañeta. El corazón me latía fuerte. La emoción andaba desbocada al pisar la tierra del Apóstol; De hecho mis pies iban por delante de mis pensamientos y me conducían raudos entre árboles centenarios que el otoño había salpicado de amarillos, rojos y ocres. Santiago espera y el Camino no es sino una mano que desde el futuro tira de nosotros y nos acerca a Él. De este modo no tardé mucho en llegar a Mezkiritz. Continué animoso y una escolta de hayedos me acompañó hasta Zubiri donde hice noche.
Dejé Zubiri por el puente que llaman “de la rabia” y pronto estuve en Larrasoaña.Caminaba bien e iba contento, disfrutando del paisaje y, entre vez y cuando, de la conversación de algunos lugareños que se acercaban curiosos. En Pamplona visité la catedral. Al entrar dos sacristanes se encontraban tocando unas chirimías, instrumento del que nunca había oído hablar pero que me llegó muy hondo. Por la noche su sonido se mezcló con mis sueños.
Permanecí en Pamplona unos días. Allí me contaron la leyenda del asno. Dicen que llegó a esta ciudad un peregrino francés con su familia y se alojaron en una hospedería. Estando en ella le sobrevino a su mujer una enfermedad grave de la que murió tras una larga agonía. El peregrino, abatido por la gran pérdida, dispuso la partida hacia Compostela con sus dos hijos de corta edad. El dueño de la Posada le reclamó una elevada cantidad por la estancia y no pudiendo aquél satisfacerla le exigió en pago el asno. El animal fue entregado muy a pesar de su dueño, quien se vio obligado a continuar a pie con su prole y toda la impedimenta del viaje. Viéndose en tan amargo trance rogó con fuerza a Santiago para que acudiese en su socorro y quiso el cielo que a menos de una legua de la ciudad fuese abordado por un venerable anciano que le prestó un pollino con el que llegó con ventura a Santiago. Allí, ante la imagen del Apóstol, el peregrino francés reconoció el amable rostro del anciano que le prestó el asno. Cuentan que de regreso, al pasar por Pamplona, tuvo noticia de la accidentada muerte del hospedero quien tenía en la ciudad harta fama de aprovecharse sin lástima de los peregrinos, y muchos vieron en ello un castigo del cielo.


Con el recuerdo de este suceso reanudé la marcha y, siguiendo el consejo de algunas buenas gentes, me desvié un poco del Camino para visitar Santa María de Eunate o de las cien puertas, cuya contemplación me llenó de maravilla. No sólo fue maravilla, también fue estremecimiento ¡Qué tenían aquéllas piedras que me hacían vibrar, que evocaban en mi tantos recuerdos de cosas no vividas pero que intuía presentes en el fondo de mi corazón! No lo sé, sólo se que me pasó. No sería la última vez que percibiese esta sensación a lo largo del Camino.
Desde Eunate partí hasta Puentelareina. Allí me encontré con un peregrino franciscano que venia desde Roma por el camino de Jaca. Se llamaba Renato y había nacido en una pequeña aldea de la Toscana, cerca de Florencia. Me dijo que su vida era un continuo peregrinar; que prefería el camino a la posada; que había acudido ya a Roma y a Jerusalén y ahora su ilusión era llegar a Santiago.
Me comentó que, según una tradición venerable, San Francisco de Asís también peregrinó a Santiago, que había crónicas y textos que lo aseguraban, que él así lo creía, pero que en cualquier modo, el percibía la constante presencia del Santo de Asís en cada tramo del Camino, en cada prado, en cada atardecer. Pasamos la noche en Puentelareina, un matrimonio anciano y muy peregrino nos procuró una buena cama y por la mañana nos obsequió con un panal de miel para el viaje. Nos despedimos encomendándonos muy vivamente que rogásemos por ellos ante el Apóstol. Pronto pude comprobar que Renato tenía mucha costumbre de andar pues daba zancadas tan amplias y seguidas que al poco rato su frágil silueta marrón se confundía ya en el horizonte. Desde lejos me hizo una señal de despedida y continué solo la marcha.
Hacía mucho frío cuando llegué a Estella. Las aguas del río Ega bajaban gélidas. Me refresqué un poco la cara y busqué donde pasar la noche. Me acogieron en un hospital próximo a una Iglesia que llamaban San Pedro de la Rúa. Después de varias Jornadas mis ojos divisaron a los lejos Viana, ciudad fronteriza y fortificada. Desde aquí dije adiós a Navarra.

ARAGÓN
